Ocho días a la semana

Antes de empezar a leer, mira esto:

 

 

No solo con tinta se escriben las historias.

 

Emociones, vivencias y sentimientos aparte, las historias también se escriben con gestos, como Chaplin; con piedras, como las catedrales, o con música, como las canciones.

 

Hoy empieza la historia de Por fin es martes y, para llevarnos la contraria a nosotras mismas (cosa que nos encanta hacer), no vamos a empezar con relatos que nos hagan sudar tinta, ni vamos a enumerar las últimas normas gramaticales, ni siquiera vamos a hablar de fútbol. Vamos a empezar con música y punto.

 

Al grano: te recomendamos, querido lector, ir a ver el documental de Ron Howard, Eight Days a Week, sobre The Beatles. Eso sí, imprescindible que te guste el buen pop, abstenerse amantes de otras tendencias musicales sin curiosidad por explorar nuevos territorios. Cuando leas estas líneas, ya no se estará proyectando en los cines, a  no ser que la hayan repuesto, no importa, alquila o descarga la peli.

 

Cuando termina la peli te descubres con una tonta sonrisita en los labios, con un ritmito en el pie y con una especie de nostalgia rara por no ser una más vieja. Nostalgia rara y envidia hacia esos fans que disfrutaron en tiempo real de aquella especie de locura que iba más allá del asunto musical. Envidia sin ningún pudor hacia esas fans que se desmayaban cuando conseguían tocar el brazo de uno de los músicos o les veían subidos en un escenario a escasos 20 metros (porque oír, no oían mucho que digamos). Envidia hacia esos fans que esperaban ansiosos a que saliera a la calle el siguiente LP para poder comprarlo calentito, que imitaban sus peinados y añadían a su ropero chaquetas marca Beatles, que la primera canción que aprendían a tocar en la guitarra era Michelle… Si yo hubiera sido joven en aquella época me habría bebido cada una de sus palabras, habría enloquecido de amor por George Harrison, me sabría de memoria cada coma de cada canción, cada noticia nueva sobre ellos provocaría en mí una pequeña histeria, lloraría de pura emoción de principio a fin en cada concierto, en fin, querría estudiar música, inglés y cantar en un conjunto pop, me habría convertido en un gran fumadora para imitarles (eso lo hice de todas formas), la ciudad de Liverpool sería mi Meca y esos cuatro grandes compositores y musicazos serían, sin dudarlo, mi droga, mis dioses. Estoy segura que habría sido así irremediablemente, ¡qué lástima no haber tenido unos añitos más!, para variar.

 

¿Pero creías que íbamos a hablar sobre The Beatles? Pues no, la envidia era nuestro tema. Esa envidia sana que te pincha como un alfiler y te hace brincar. Envidia o nostalgia por lo que se ha vivido o lo que no se ha vivido. Y sí, para que quede claro, en Por fin es martes, además de The Beatles, también nos gustan el Ford Mustang y las historias.

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